Palabras al viento

Mi amor, tengo algo que contarte. Nunca antes te lo había dicho porque tenía miedo de lo que pudieras pensar. Porque yo misma intentaba no darme cuenta de la persona que soy.

Nunca he sido feliz, jamás he sabido serlo. Cuando tenía dos años mi madre se marchó; no podía soportar una vida en la que yo fuera su prioridad, y no sus deseos. En mi casa sólo quedó un marido destrozado por el abandono y una niña que no entendía por qué todos los días eran tristes; por qué por la ventana podía ver a otras personas reír y charlar, pero bajo su techo un sofocante silencio ahogaba cualquier atisbo de sonrisa.
Más adelante, cuando mi padre pudo permitirse pagarme un colegio, sufrí al sentir que las otras niñas empezaban a rehuirme porque hablaba poco, vestía mal y nunca sonreía. ¿Pero qué podía hacer yo, si nadie me había enseñado a ser de otra manera? De adolescente deseaba ser una chica independiente y segura de sí misma; en cambio, me acostumbré a huir de mis amistades antes de que ellas me rechazaran a mí, y a ver cómo sus vidas continuaban felizmente, como si yo nunca hubiera pasado por ellas.
Toda mi vida ha sido una sucesión de palabras al viento; de gente que aseguraba quererme, pero que luego me hacía sentir sustituible. Siempre me he sentido sola. Insuficiente.

Pero un día llegaste tú. Me diste algo que para mí era desconocido: el amor. Empezaste a pasar tiempo conmigo, a intentar hacerme reír, a preguntarme por mis sentimientos, mis miedos y mis ilusiones. Me escuchabas.
Me hiciste sentir como una persona digna, y llenaste mis días de frases bonitas que prometían amarme. Que me decían que merezco la pena.

Nunca he tenido motivos para creer en la vida, pero hoy necesito desesperadamente creer que no me mientes, que cuando dices que me amas y nunca me abandonarás lo dices en serio.
Así que, por favor, Emily, nunca me dejes sola, no permitas que tus palabras se vayan con el viento. Si no puedes cumplirlas; si no puedes enseñarme a vivir… yo no podré seguir intentándolo.